lunes, 6 de julio de 2009

Charles Baudelaire


LA NEGACIÓN DE SAN PEDRO (Rebelión, 1852)

¿Qué hace Dios, con la ola de blasfemias que sube
todos los días hacia sus caros serafines?
Cual un tirano ahíto de comida y de vino,
se duerme al dulce ruido de nuestros anatemas.

Los llantos de los mártires y los ajusticiados
son una sinfonía sin duda embriagadora,
pues, con toda la sangre que su deleite cuesta,
todavía los cielos no cesan de saciarse.

- ¡Jesús, recuerda el monte de los Olivos! ¡Ah!
En tu simplicidad de rodillas rezabas
a quien desde sus cielos reía con los clavos
que en tus carnes clavaban los infames verdugos,

cuando viste escupir en tu divinidad
la escoria de los cuerpos de guardia y las cocinas,
y cuando tú sentiste las espinas hendiendo
tu cráneo en que vivía la Humanidad inmensa;

cuando el horrible peso de tu cuerpo quebrado
alargaba tus brazos colgantes, y tu sangre
y sudor chorreaban de tu pálida frente,
y cual blanco delante de todos te pusieron.

¿Soñabas tú en los días tan brillantes y hermosos
en que a cumplir viniste la promesa eternal,
en los que recorrías, montado en la borrica,
caminos alfombrados de ramajes y flores,

en que, hinchando tu pecho de valor y esperanza,
azotaba a los viles mercaderes tu brazo,
y fuiste al fin maestro? ¿Es que el remordimiento
no pasó tu costado aún antes que la lanza?

–En cuanto a mí, en verdad, satisfecho saldré
de un mundo en que la acción no es la hermana del sueño;
¡pueda yo usar el hierro, y morir por el hierro!
San Pedro ha renegado de Jesús... ¡Y ha hecho bien!.

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