LA NEGACIÓN DE SAN PEDRO (Rebelión, 1852)
¿Qué hace Dios, con la ola de blasfemias que sube
todos los días hacia sus caros serafines?
Cual un tirano ahíto de comida y de vino,
se duerme al dulce ruido de nuestros anatemas.
Los llantos de los mártires y los ajusticiados
son una sinfonía sin duda embriagadora,
pues, con toda la sangre que su deleite cuesta,
todavía los cielos no cesan de saciarse.
- ¡Jesús, recuerda el monte de los Olivos! ¡Ah!
En tu simplicidad de rodillas rezabas
a quien desde sus cielos reía con los clavos
que en tus carnes clavaban los infames verdugos,
cuando viste escupir en tu divinidad
la escoria de los cuerpos de guardia y las cocinas,
y cuando tú sentiste las espinas hendiendo
tu cráneo en que vivía la Humanidad inmensa;
cuando el horrible peso de tu cuerpo quebrado
alargaba tus brazos colgantes, y tu sangre
y sudor chorreaban de tu pálida frente,
y cual blanco delante de todos te pusieron.
¿Soñabas tú en los días tan brillantes y hermosos
en que a cumplir viniste la promesa eternal,
en los que recorrías, montado en la borrica,
caminos alfombrados de ramajes y flores,
en que, hinchando tu pecho de valor y esperanza,
azotaba a los viles mercaderes tu brazo,
y fuiste al fin maestro? ¿Es que el remordimiento
no pasó tu costado aún antes que la lanza?
–En cuanto a mí, en verdad, satisfecho saldré
de un mundo en que la acción no es la hermana del sueño;
¡pueda yo usar el hierro, y morir por el hierro!
San Pedro ha renegado de Jesús... ¡Y ha hecho bien!.
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