miércoles, 13 de febrero de 2013

¿Qué le falta al arte contemporáneo?


Al repasar el último trabajo conocido de Italo Calvino, “las seis propuestas para el próximo milenio” o lezione americane, y extrapolarlo al mundo del arte contemporáneo, intentando aportar un supuesto personal para completar ese sexto epígrafe que aparece garabateado y que no llegó a constatarse, me doy cuenta que el mundo del arte hoy día se va alejando cada vez más del gran público, estando al mismo tiempo más al alcance que nunca.

Es cierto que, en cuanto a infraestructuras, podemos encontrarnos actualmente con bastantes centros, galerías y museos de arte que en muchos casos responden a un proceso de “gentrificación” o aburguesamiento de determinadas zonas urbanas. De hecho, raro es que una ciudad o municipio no disponga de un edificio de este tipo (salvando, por supuesto, las distancias en cuanto a relevancia). Me viene a la mente, por ejemplo, la sala de Blas en Archidona, un espacio de arte en el salón de una vivienda en el que se realizan exposiciones varias de artistas contemporáneos. El caso es que de una u otra forma, sea cual sea el espacio, entramos a uno de estos centros como si de un lugar sagrado se tratase. Parece que se nos invite a contemplar y admirar ritualmente “la belleza” de las obras allí expuestas, aisladas en un espacio de protección casi místico y glorificadas, por tanto, como objetos sagrados. Ocurre algo parecido al entrar en un templo religioso, cuando automáticamente bajamos la voz y adoptamos actitudes de respeto, asombro y fascinación. Nos paseamos por las naves laterales observando la arquitectura, viendo dioses, cristos, vírgenes, escenas bíblicas, símbolos y ornamentación… pero en realidad, la gran mayoría que visita estos lugares no está entendiendo su significado, no está leyendo lo que ve al igual que por lo general no se “lee” una muestra o una obra de arte. Hoy día nos parecería un “pecado mortal” el hecho de ir a una gran ciudad y no visitar alguno de sus museos totémicos, nos guste o no el arte. Pero el hecho de acudir allí es un peregrinar por pura inercia, por “borreguismo”. Esto provoca un deambular por las galerías como en Bande à Part de Godard, sólo que en lugar de correr unos minutos, paseamos horas viendo cantidades ingentes de obra que, al fin y al cabo, nos enriquece exactamente igual que a los tres chicos de la famosa escena. En todo caso, y si tenemos cierto interés, nos da tiempo a comprarnos el catálogo y a fotografiar el edificio, opinando acerca de su estructura o de su posible excentricidad.

Como consecuencia, y pese a todos los medios que tenemos a nuestra disposición: museos, catálogos, retrospectivas, mass media, exposiciones, espacio urbano (incluyendo internet, por supuesto)… el arte está distante, creo que no se entiende ni tampoco se pretende entender, extendiéndose cada vez más una ignorancia y una desinformación generalizada que aumenta a medida que el arte avanza y que no entendemos quizás porque tampoco comprendemos bien el mundo en que vivimos y qué es lo que nos está pasando. Vemos pagar auténticas fortunas por obras de arte de años atrás en las grandes casas de subastas pero no se está ni mucho menos familiarizado con los distintos modelos o corrientes artísticas que nos inundan hoy, en la era de la globalización. ¿Qué se está haciendo?, ¿porqué se está haciendo? Creo que esa es la clave, y el DEBATE acerca de estos hechos, mi sexto epígrafe. De la falta de interés, entendimiento y cohesión se deriva una ausencia de debate, de puesta en común, que a mi modo de ver es una asignatura pendiente del arte. La producción artística no debe estancarse en la relación artista, comisario, exposición, catálogo y crítico. Debe extenderse más al plano social, y no sólo como factor escándalo producido por una “virgen desnuda” o un “cristo meado”.

En mi opinión, todas estas impresiones ponen de manifiesto una falta de DIDÁCTICA. Creo que es necesaria una pedagogía que haga más accesibles a los verdaderos artistas y al buen arte, y que origine el debate del que hablaba anteriormente. La política y el mercado ya han explotado este fantástico mundo, pero la enseñanza todavía no se ha servido de éste como contenido transversal a la hora de analizar nuestras sociedades, como una mirada, una postura diferente, crítica y sutil. He hecho mención anteriormente al proceso de “gentrificación”, consistente en una transformación urbana en la que la población de un sector o barrio pauperizado es progresivamente desplazada por otra de un mayor nivel adquisitivo a la vez que se va renovando. Pues bien, la última etapa de este proceso, que es una fase de revalorización, es prácticamente la misma que en la mayor parte del arte contemporáneo hoy día. Los marchantes, las galerías y las casas de subastas pretenden causar algo parecido (la revaloración del artista) como último fin y como medio de prestigio y enriquecimiento propio, originando una burbuja artística contemporánea de la que es preciso levantarse. Toda la especulación crea escepticismo, el escepticismo crea desinterés, y ese desinterés extingue. Es hora de que el conocimiento del arte moderno se valide, se asiente de una manera objetiva y propia en la medida de lo posible y no sea tan dependiente de la filosofía, la antropología o la semiótica, sino que le sirvan de apoyo.

Es el momento de una especialización a todos los niveles, una reconversión hacia un campo autosuficiente. Y para eso tenemos que empezar con una nueva concepción, alejada del todo vale en pos de un mercado voraz.

En definitiva, pienso que no se puede gozar del arte y éste no puede ser útil sin un cierto conocimiento. No podemos contentarnos y creer en la mera experiencia estética o divina, porque el arte hoy engloba muchísimo más. Como decía Rudolf Arnheim “ver implica pensar”, y para pensar tenemos que partir de un cierto conocimiento. Esto vuelve a la idea de la ausencia de didáctica y de debate en torno a la producción artística, discusiones extendidas y generalizadas que, en mi opinión, nos situarían a todos un escalafón más arriba en cuanto a la adopción de una postura crítica de lo que nos rodea, un juicio complementario que nos ayudaría a saber lo que ocurre hoy, ahora. El arte es una respuesta a nuestro tiempo, analiza y cuestiona nuestro ser y nuestro entorno, y cuestionar es una manera de combatir la dejadez, la pasividad y la alienación. Debemos luchar todos contra esa fase imaginaria y alienante del espejo de la que hablaba Jacques Lacan que en cierto sentido sigue todavía presente en cada uno de nosotros y en la que “yo” es “el otro”, posibilitando una mayor autonomía en el momento de pensar y la hora de actuar.


José Manuel Montoro Bago

Master en Producción e Investigación en Arte / curso 2011-2012